domingo, 2 de abril de 2017

Cuentos de los dinosaurios

El dinosaurio y el pequeño pez.
Cuento del dinosaurio y el pez
Un día, un gran dinosaurio que vivía en el bosque, llegó hasta el estanque. Tenía tanta sed que comenzó a beber el agua del estanque, tanta bebió que acabó con la mitad del agua.
Los peces, preocupados por que el dinosaurio pudiera volver al día siguiente y terminar de beberse el agua del estanque fueron a ver al rey en busca de ayuda. Sin embargo, el pez rey no encontraba la solución. Entonces, el pequeño pez, hijo del rey, dijo:
- Oh padre, tengo una idea. Voy a derrotar al dinosaurio.
Al día siguiente, el dinosaurio volvió al estanque dispuesto a beber de su fresca y rica agua, pero entonces apareció el pequeño pez, que muy valiente y decidido se plantó delante de él y le dijo: 
- Estimado amigo Dino, por favor, no bebas el agua de este estanque.
El dinosaurio, comenzó a reír a carcajadas y le dijo que no se iría hasta terminar con toda el agua. Pero el pececillo siguió y siguió insistiendo, tanto lo hizo que al final el dinosaurio le propuso un trato:
- Vamos a hacer una carrera desde esta orilla al otro extremo del estanque. Si gano yo, beberé toda el agua que quiera, si ganas tu, me marcharé y no volveré.
El pez aceptó el desafío y comenzó la carrera. El dinosaurio no tenía dudas de ganar porque era muy grande y con sólo unas zancadas llegaría al otro extremo. Pero al comenzar la carrera, el pez nadó tan rápido como pudo. El dinosaurio, sin embargo, era tan pesado, y lento dentro del agua, que por mucho que intentó avanzar, iba más lento que el pez, que finalmente ganó la carrera.
Así el dinosaurio tuvo que darse la vuelta derrotado ante su pequeño contrincante y buscar otro estanque.
Moraleja: hay una solución para cada problema, uno nunca debe darse por vencido.

Los ultimos dinosaurios
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En el cráter de un antiguo volcán, situado en lo alto del único monte de una región perdida en las selvas tropicales, habitaba el último grupo de grandes dinosaurios feroces. Durante miles y miles de años, sobrevivieron a los cambios de la tierra y ahora, liderados por el gran Ferocitaurus, planeaban salir de su escondite para volver a dominarla.
Ferocitaurus era un temible tiranosaurus rex que había decidido que llevaban demasiado tiempo aislados, así que durante algunos años se unieron para trabajar y derribar las paredes del gran cráter. Y cuando lo consiguieron, todos prepararon cuidadosamente sus garras y sus dientes para volver a atermorizar al mundo.
Al abandonar su escondite de miles de años, todo les resultaba nuevo, muy disitinto a lo que se habían acostumbrado en el cráter, pero siguieron con paso firme durante días. Por fin, desde lo alto de unas montañas vieron un pequeño pueblo, con sus casas y sus habitantes, que parecían pequeños puntitos. Sin haber visto antes a ningún humano, se lanzaron feroces montaña abajo, dispuestos a arrasar con lo que se encontraran...
Pero según se acercaron al pueblecito
, las casas se fueron haciendo más y más grandes, y más y más.... y cuando las alcanzaron, resultó que eran muchísimo más grandes que los propios dinosaurios, y un niño que pasaba por allí dijo: "¡papá, papá, he encontrado unos dinosaurios en miniatura! ¿puedo quedármelos?".
Así las cosas, el temible Ferocitaurus y sus amigos terminaron siendo las mascotas de los niños del pueblo, y al comprobar que millones de años de evolución en el cráter habían convertido a su especie en dinosaurios enanos, aprendieron que nada dura para siempre, y que siempre hay estar dispuesto a adaptarse. Y eso sí, todos demostraron ser unas excelentes y divertidas mascotas.


El dinosaurio y la tortuga.
El dinosaurio y la tortuga







Había una vez un dinosaurio muy grande que vivía feliz en una cueva. Muy cerca de él vivía un pequeña tortuga de tierra en su madriguera. El dinosaurio y la tortuga eran vecinos, pero no se hablaban. El dinosaurio, como era tan grande, se creía superior a la tortuga. 

El dinosaurio vivía solo, porque era el último de su especie. La tortuga, sin embargo, siempre estaba con otras tortugas y, aunque tenía mucho miedo al dinosaurio, siempre estaba contenta. A la tortuga nunca le faltaban amigos para pasear, charlar o jugar.

Un día pasó por allí un brujo. Ya era de noche y acampó justo entre la cueva del dinosaurio y la madriguera de la tortuga. El dinosaurio, al ver al brujo tan solo, se acercó y le ofreció algo de comida.

El brujo y el dinosaurio charlaron alegremente durante horas. El dinosaurio no recordaba haber pasado nunca un rato tan divertido.

La tortuga, al verlos tan animados, se acercó para ofrecer al brujo unas hojas grandes para que las usara para dormir. Al ver al dinosaurio tan contento pensó que no tenía nada que temer. Pero el dinosaurio, al ver a la tortuga tan pequeña e insignificante, se le quitaron las ganas de seguir charlando, de modo que se dio la vuelta y se fue. El brujo se quedó charlando con la tortuga un ratito más antes de irse a dormir.

Por la mañana, antes de irse, el brujo les dijo a sus nuevos amigos:
- Os concederé el deseo que queráis para agradeceros lo amables que habéis sido conmigo.

La tortuga respondió:
- Yo quiero ser como el dinosaurio.

El dinosaurio, muy sorprendido, no pidió ningún deseo. Si la tortuga quería ser como él ya no estaría jamás solo, y tener compañía era lo que más deseaba en el mundo.

El brujo dijo que el deseo se cumpliría al día siguiente. Y se fue.

La tortuga se despidió de todos sus amigos y pasó la noche fuera de su madriguera. No quería quedarse atascada en su agujero cuando se convirtiera en dinosaurio.

Pero a la mañana siguiente la tortuga no se había convertido en un dinosaurio, sino en una tortuga gigantesca. Fue a buscar a sus amigos, pero ninguno le hizo caso. Ninguno entendía que la tortuga hubiese pedido aquel deseo tan extraño y todas estaban un poco enfadadas con ella. La pobre tortuga se sintió muy sola y triste. El dinosaurio se acercó a ella y le dijo que no tenía de qué preocuparse. Él sería su amigo.

- Ha sido muy bonito que tu deseo fuese ser como yo - le dijo.

El caso es que la tortuga se sentía muy triste ante el rechazo de las de su especie y por eso, en cuanto el brujo apareció de nuevo por allí el dinosaurio fue corriendo a hablar con él:
- Un momento brujo, me debes un deseo.
- Pero te recuerdo que no quisiste pedir ninguno...
- Lo sé, pero no te lo pedí porque pensé que con el deseo de mi vecina la tortuga se cumpliría el mío también. Pero está muy triste y quiero ayudarla. Mi deseo es que le devuelvas a sus amigos.

El brujo le concedió al dinosaurio su deseo, la tortuga volvió a su tamaño normal y el brujo se fue.

Desde entonces la tortuga visita todos los días al dinosaurio y se han hecho grandes amigos. La tortuga ha descubierto que hay cosas más importantes que el tamaño, y el dinosaurio se ha dado cuenta que la amistad puede brotar entre seres muy diferentes si hay voluntad.
Edades:

A partir de 4 años

El Dinosaurio Nico

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Había una vez un dinosaurio muy alegre, llamado Nico que se levantaba por las mañanas siempre cantando. Aún en pijamas, le encantaba prepararse un rico desayuno con jugo de naranja, con tostadas y así sonriendo y bien alimentado comenzaba su día de trabajo.
Tenía grandes y viejos amigos, una casa muy bella, rodeada de arboles, pinos y flores, y a pesar de todo, él insistía en que quería un amor en su vida, que era eso lo único que le faltaba para ser completamente feliz.
Una mañana muy parecida a las demás, Nico se dirigió a recoger naranjas para su jugo, cuando de repente vio una señorita dinosauria, muy hermosa y con una canasta llena de naranjas.
No podía creer aquella coincidencia, fue así que se pusieron a conversar y al poco tiempo se encontraron compartiendo no sólo los jugos de naranja sino también un hogar y como no, las tostadas. Nico se convirtió en el dinosaurio más feliz y comprendió que el amor puede llegar cuando uno menos se lo espera.
El pequeño dinosaurio.
dinosaurio cuentos infantiles
Érase una vez un pequeño dinosaurio que se despertó muy asustado al oír unos fuertes rugidos muy cerca de él, cuando abrió los ojos, se dio cuenta que se trataba del miembro más viejo de la manada, el cual no permitía que se le aproximaran. Todos sabían que era malhumorado, pero en esta ocasión, estaba aún más, a causa de un piquete de insecto en el lomo.
Estaba en un lugar tan incómodo que no podía rascarse y por eso se molestaba aún más, se retorcía y retorcía, pero no lograba alcanzarse, la picazón se extendía y el lomo estaba hinchándose. Entonces todos decidieron alejarse para no provocar su ira. Sin embargo el pequeño dinosaurio lucia preocupado; fue en busca de la abuela, que era la siguiente en cantidad de años, por lo tanto la más sabía.
Ella le habló sobre un par de plantas que podían ayudar con la herida, y el pequeñín salió a buscarlas, le estaba constando trabajo encontrarlas en las áreas cercanas, así que se fue alejando cada vez más, hasta que se perdió. Aunque estaba muy asustado, en un lugar desconocido, no dejó atrás su tarea, pero el cansancio pudo más, y cayó dormido.
La madre estaba muy preocupada, en cuanto se dio cuenta de la ausencia de su pequeño fue a buscarlo, pero ya estaba anocheciendo y no daba con él. Otros miembros de la manda se unieron a la búsqueda y finalmente lo encontraron dormido encima de un lecho de ramitas.
Al despertar le dio mucho gusto saber que ya estaba en casa, y después de pedir disculpas a su madre por irse sin avisar, fue donde el gruñón dinosaurio mayor y le dio las ramitas que sujetaba fuertemente en sus manos. Ante la sorpresa de todos, el malhumorado soltó una sonrisa y permitió al pequeño que subiera a su lomo para aplicarle la medicina.
Después de ese día, el dinosaurio mayor mantuvo cerca al pequeño, le enseno todo lo que sabía, para que al crecer se convirtiera en el jefe de la manada, siempre y cuando no olvidara esa capacidad de ayudar a los demás y transfórmalos con la nobleza de sus actos.

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