sábado, 1 de abril de 2017

Fabulas de los animales de la granja

El cerdo y los carneros

El cerdo y los carneros
Había una vez una granja con todos sus animales.
El ella estaban las vacas, los caballos, los pollitos, los carneros y los cerditos.
Un día, se metió un cerdo dentro de un rebaño de carneros, y pastaba con ellos a diario.
Pero un día lo capturó el pastor y el cerdo se puso a gruñir y forcejar. Los carneros lo regañaban por gritón, diciéndole:
- A nosotros también nos echa mano constantemente y nunca nos quejamos.
- ¿Ah si?- replicó el cerdo- ¡Pero no es con el mismo fin! A ustedes les echan mano por la lana, pero a mí es por mi carne. 
Moraleja:
Perder lo reponible no nos debe preocupar, pero sí el perder lo que es irreparable.
Si conoces alguna otra fábula para niños y quieres compartirla con nosotros y los demás padres, estaremos encantados de recibirla.

El caballo y el asno

El asno y el caballo
Un hombre tenía un caballo y un asno.
Un día que ambos iban camino a la ciudad, el asno, sintiéndose cansado, le dijo al caballo:
- Toma una parte de mi carga si te interesa mi vida.
El caballo haciéndose el sordo no dijo nada y el asno cayó víctima de la fatiga, y murió allí mismo.
Entonces el dueño echó toda la carga encima del caballo, incluso la piel del asno. Y el caballo, suspirando dijo:
- ¡Qué mala suerte tengo! ¡Por no haber querido cargar con un ligero fardo ahora tengo que cargar con todo, y hasta con la piel del asno encima!
Cada vez que no tiendes tu mano para ayudar a tu prójimo que honestamente te lo pide, sin que lo notes en ese momento, en realidad te estás perjudicando a ti mismo. 

La lechera

Fábula para niños. La lechera
La hija de un granjero llevaba un recipiente lleno de leche a vender al pueblo, y empezó a hacer planes futuros:
- Cuando venda esta leche, compraré trescientos huevos. Los huevos, descartando los que no nazcan, me darán al menos doscientos pollos.
Los pollos estarán listos para mercadearlos cuando los precios de ellos estén en lo más alto, de modo que para fin de año tendré suficiente dinero para comprarme el mejor vestido para asistir a las fiestas.
Cuando esté en el baile todos los muchachos me pretenderán, y yo los valoraré uno a uno.
Pero en ese momento tropezó con una piedra, cayendo junto con la vasija de leche al suelo, regando su contenido.
Y así todos sus planes acabaron en un instante.
Moraleja:
No seas ambiciosa de mejor y más próspera fortuna,
que vivirás ansiosa sin que pueda saciarte cosa alguna.
No anheles impaciente el bien futuro,
mira que ni el presente está seguro.

Los dos conejos

Fábula de Los dos conejos
La primavera había llegado al campo. El sol brillaba sobre la montaña y derretía las últimas nieves. Abajo, en la pradera, los animales recibían con gusto el calorcito propio del cambio de temporada. La brisa tibia y el cielo azul, animaron a salir de sus madrigueras a muchos animales que llevaban semanas escondidos ¡Por fin el duro invierno había desaparecido!
Las vacas pacían tranquilas mordisqueando briznas de hierba y las ovejas, en grupo, seguían al pastor al ritmo de sus propios balidos. Los pajaritos animaban la jornada con sus cantos y, de vez en cuando, algún caballo salvaje pasaba galopando por delante de todos, disfrutando de su libertad.
Los más numerosos eran los conejos. Cientos de ellos aprovechaban el magnífico día para ir en  busca de frutos silvestres y, de paso, estirar sus entumecidas patas.
Todo parecía tranquilo y se respiraba paz en el ambiente, pero, de repente, de entre unos arbustos, salió un conejo blanco corriendo y chillando como un loco. Su vecino, un conejo gris que se consideraba a sí mismo muy listo, se apartó hacia un lado y le gritó:
– ¡Eh, amigo! ¡Detente! ¿Qué te sucede?
El conejo blanco frenó en seco. El pobre sudaba a chorros y casi no podía respirar por el esfuerzo. Jadeando, se giró para contestar.
– ¿Tú que crees? No hace falta ser muy listo para imaginar que me están persiguiendo, y no uno, sino dos enormes galgos.
El conejo gris frunció el ceño y puso cara de circunstancias.
– ¡Vaya, pues sí que es mala suerte! Tienes razón, por allí los veo venir, pero he de decirte que no son galgos.
Y como quien no quiere la cosa, comenzaron a discutir.
– ¿Qué no son galgos?
– No, amigo mío… Son perros de otra raza ¡Son podencos! ¡Lo sé bien porque ya soy mayor y he conocido muchos a lo largo de mi vida!
– ¡Pero qué dices! ¡Son galgos! ¡Tienen las patas largas y esa manera de correr les delata!
– Lo siento, pero estás equivocado ¡Creo que deberías revisarte la vista, porque no ves más allá de tus narices!
– ¿Eso crees? ¿No será que ya estás demasiado viejo y el que necesita gafas eres tú?
– ¡Cómo te atreves!…
Enzarzados en la pelea, no se dieron cuenta de que los perros se habían acercado peligrosamente y los tenían sobre el cogote. Cuando notaron el calor del aliento canino en sus largas orejas, dieron un gran salto a la vez y, por suerte, consiguieron meterse en una topera que estaba medio camuflada a escasa distancia.
Se salvaron de milagro, pero  una vez bajo tierra, se sintieron muy avergonzados. El  conejo blanco fue el primero en reconocer lo estúpido que había sido.
– ¡Esos perros casi nos hincan el diente! ¡Y todo por liarnos a discutir sobre tonterías en vez de poner a salvo el pellejo!
El viejo conejo gris, asintió compungido.
– ¡Tienes toda la razón! No era el momento de pelearse por algo tan absurdo ¡Lo importante era huir del enemigo!
Los conejos de esta fábula se fundieron en un abrazo y, cuando los perros, fueran galgos o podencos,  se alejaron, salieron a dar un paseo como dos buenos amigos que, gracias a su  torpeza, habían aprendido una importante lección.
Moraleja: En la vida debemos aprender a distinguir las cosas que son realmente importantes de las que no lo son. Esto nos resultará muy útil para no perder el tiempo en cosas que no merecen la pena.

El burro y la flauta


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Era un precioso día de primavera. En una parcela, un burro se paseaba de aquí para allá sin saber muy bien cómo matar el aburrimiento. No había muchas cosas con qué entretenerse, así que charló un poco con la vaca y el caballo, comió algo de heno y se tumbó un ratito para relajarse, arrullado por el leve sonido de la brisa. Después, decidió acercarse hasta donde estaba el naranjo en flor por si veía algo interesante. Caminaba despacito al tiempo que iba espantando alguna que otra mosca con la cola.
¡Qué día más tedioso! … Ni una mariposa revoloteaba cerca del árbol. Bajo sus patas, notaba la hierba fresca y sentía el aroma de las primeras lilas de la estación. Al menos, el crudo invierno ya había desaparecido.
 De repente, sintió  algo duro debajo de la pezuña derecha. Bajó la cabeza para investigar.
– ¡Uy! ¿Pero qué es esto? ¿Será un palo? ¿Una piedra alargada?… ¡Qué objeto tan raro!
Ni una cosa ni otra: era una flauta que alguien se había dejado olvidada. Por supuesto, el burro no tenía ni idea de qué era aquel extraño artefacto. Sorprendido, la miró durante un buen rato y comprobó que no se movía, así que dedujo que no entrañaba ningún peligro; después, la golpeó un poco con la pata; el instrumento tampoco reaccionó, por lo que el burro pensó vagamente que vida, no tenía. Temeroso, agachó la cabeza y comenzó a olisquearla. Como estaba medio enterrada entre la hierba, una ramita rozó su hocico y le hizo cosquillas. Dio un resoplido y por casualidad, la flauta emitió un suave y dulce sonido.
El borrico se quedó atónito y con la boca abierta. No sabía qué había sucedido ni cómo se habían producido esas notas, pero daba igual. Se puso tan contento que comenzó a dar saltitos y a exclamar, henchido de felicidad:
– ¡Qué maravilla! ¡Pero si es música! ¡Para que luego digan que los burros no sabemos tocar!
Convencido de su hazaña, se alejó de allí con la cabeza bien alta y una sonrisa de oreja a oreja, sin darse cuenta de su propia ignorancia.
Moraleja: El burro tocó la flauta por pura casualidad, pero eso no le convirtió en músico. Esta fábula nos enseña que todos, alguna vez, hacemos las cosas bien sin pretenderlo, pero que lo realmente importante es intentar  aprender lo que nos propongamos  poniendo verdadero interés y pasión en ello.

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