El árbol mágico
Cuenta la leyenda que en una pequeña isla llamada Cancaguy vivía gente amable y feliz, que se dedicaba a la agricultura y a la pesca. Pero llegó una época de sequía y sus embalses se secaron.
La gente de Cancaguy estaba triste, porque sólo tenían agua salada del mar. ¿Cómo iban a regar sus plantas? ¿Cómo iban a beber?
Un caluroso día, Babur, príncipe de Cancaguy salió con su hermana pequeña, Alim, en busca de un nuevo pozo de agua. Recorrieron un gran camino, y cuando estaban a punto de dar media vuelta, descubrieron un acantilado que no conocían. Allí, en medio, la puerta de una gruta. Alim, que era muy curiosa, convenció a su hermano para entrar en la gruta.
Pronto descubrieron una luz que indicaba el final del pasadizo. Al salir, no podían creer lo que veían: ante sus ojos, y en una pequeña playa, había un hermoso árbol. Un árbol enorme, con raíces fuertes que se veían a ras del suelo rodeadas de preciosas flores. A su alrededor, un pequeño lago en donde bebían varios animales.
Babur y su hermana nunca habían visto algo así. Un árbol tan inmenso en plena playa,rodeado de flores y de agua... Cuando se acercaron, el árbol comenzó a hablar. Les dio un gran susto.
- No temáis- dijo el gran árbol- Mi nombre es Ger, y soy un gorgoé, un árbol mágico de los océanos. Mi misión es desalar el agua del mar. Mis hojas caen al agua del mar que me rodea y absorben la sal. Luego el agua las arrastra hasta la orilla, en donde se transforman en flores. Podéis beber, vamos, probad el agua.
El árbol mágico de los océanos tenía razón. ¡El agua era dulce! Los niños corrieron a dar la buena noticia a Bisar, el rey del poblado. Al principio nadie quería creerles, pero los niños insistieron. Y estaban tan entusiasmados, que les siguieron hasta el árbol mágico. Y descubrieron que todo era verdad. No podían estar más felices.
Los habitantes de Cancaguy trataron al árbol lo mejor que podían, A cambio, el árbol les daba agua para beber y regar. Pero la historia del árbol mágico pronto traspasó las fronteras. El terrible Tartor, un ambicioso rey que había desolado su propio reino, fue hasta allí en busca del árbol. Lo arrancó y se lo llevó al barco. Pero entonces recibió sus castigo: de pronto se desató una terrible tormenta que partió en dos al barco. El árbol se hundió junto con todos los tripulantes.
Y como los habitantes de Cancaguy eran muy buenos y nobles, recibieron su recompensa. Allí en donde antes estaba Ger, nació otro árbol idéntico. Pronto volvieron a tener agua dulce y nunca más sufrieron problemas de sequía.
El molino mágico y el porqué de la sal en el mar.
Había una vez un lugar lleno de agua y vegetación. Y en medio de aquel paraíso, un pequeño pueblo. El pueblo estaba formado por casitas pequeñas y blancas. Pero junto a él se alzaba una colina verde. Y en lo alto de la colina, un molino.
Los más ancianos decían que ese molino era mágico. El molinero se pasaba el día descansando, sin trabajar, y el molino le ofrecía todo lo que quería sin esfuerzo. Sólo tenía que pedirlo:
- 'Muele, molino, muele, y haz aparecer 20 kilos de trigo, que yo lo pueda ver'- y el molino se lo daba, siempre y cuando pronunciara las palabras mágicas.
Al molinero se le ocurrió un día que si el molino era capaz de darle todo lo que le pedía, pordía intentar pedir otras cosas. Así que decidió pedir unas monedas de oro. Añadió las palabras mágicas y... ¡allí estaban las monedas relucientes! ¡A sus pies!
Los vecinos no tardaron en darse cuenta de que algo ocurría. Y empezaron a envidiar al molinero. Nunca le veían trabajar. Y siempre obtenía todo lo que quería. Eso sí, el molinero era generoso, y siempre repartía el trigo y el maiz entre todos los aldeanos.
Uno de los vecinos propuso ir al molino para comprobar qué ocurría allí. Pero ninguno quiso apoyar su idea. Sin embargo, no era el único interesado en averiguar el secreto del molinero. Unos piratas había oído hablar del misterioso molino mágico. Decidieron acercarse al pueblo, y en silencio, los piratas se acercaron para escuchar qué palabras hacían brotar del molino todo lo que se le pedía. El molinero en ese momento dijo:
- 'Muele, molino, muele... y haz aparecer... 20 kilos de mazorcas, que yo lo pueda ver'.
Cuando el molinero se fue a dormir, los piratas robaron las muelas del molino y las llevaron al barco. Decidieron probar y pidieron sal... pero la sal comenzó a brotar y a brotar sin control. El pirata no era capaz de parar las muelas. ¡No sabía qué palabras usar para pararlas! Así que el barco terminó hundiéndose por la sal. Las muelas se hundieron también. Nadie pudo pararlas. Nadie, salvo el molinero, sabía las palabras mágicas para detenerlas. Y ahora ya sabéis el por qué el mar es salado y lo seguirá siendo por siempre jamás.
El reino submarino del dios del mar Poseidón
Había una vez un dios griego llamado Poseidón que reinaba sobre todos los mares. Poseidón era un dios submarinista y prefería mil veces estar en el fondo del mar con sus criaturas marinas, con sus pulpos, sus ballenas, sus delfines y sus peces de colores antes que en la superficie. Hubo un tiempo en que salía más a menudo del fondo del mar, pero hace ya tiempo que se niega a salir de su palacio submarino.
Un día subió a la superficie para caminar un rato por la playa y vio a una familia disfrutando de un picnic de primavera en la arena. Poseidón se sintió contento de ver a la familia pasándoselo bien, lo malo vino después. Cuando la familia terminó su picnic, dejaron todos los restos en la playa, no recogieron las botellas de refrescos vacíos ydejaron por la arena un montón de plásticos. Entonces Poseidón se enfadó. Se enfadó mucho.
Se subió a su caballito de mar y volvió a su palacio submarino. Allí cogió su tridente y empezó a remover las aguas, como si estuviera removiendo un plato de sopa. Entonces el mar se embraveció, las olas eran gigantescas y comenzó una gran tormenta. Eso hizo que todas las personas que estaban disfrutando de su día de playa tuvieran que salir corriendo y marcharse a su casa porque el mar y la playa se habían convertido en lugares peligrosos.
Y es que a Poseidón no le gusta nada que los humanos dañen a sus criaturas marinas o ensucien sus playas. Por eso ya nunca sale de su palacio submarino, así que si alguien quiere hablar con el dios de los mares tiene que bucear hasta encontrarle. Y a veces muestra su descontento con la gente removiendo las aguas con su tridente. Son esos días en los que es mejor no acercarse a la playa.
El Náufrago y el Mar
Cierta vez, un Náufrago fue arrojado a las orillas de una playa tras hundirse su barco. Al llegar, se quedó dormido por la fatiga, pero no tardo mucho en despertarse, y al ver al Mar, le recriminó por seducir a los hombres con su apariencia tranquila, para después que hayan embarcado sobre sus aguas, se enfurezca y los hagan perecer. El Mar, al oír esto, tomó la forma de una mujer, se acercó a él, y le dijo: "No es a mí sino a los vientos a quienes debes dirigir tus reproches amigo mío. Porque yo soy tal como me ves ahora, y son los vientos los que lanzándose sobre mí inesperadamente, me levanta y enfurece." Moraleja Nunca hagamos responsable de una injusticia a su ejecutor cuando actúa por orden de otros, sino a quienes tienen autoridad sobre él.
La estrellita de mar.
Los peces del océano admiraban la belleza de Estrellita. Siempre que la veían, se deshacían en piropos y cumplidos hacia ella. Estrellita, sin embargo estaba triste. Cuando salía a la superficie del mar y contemplaba las estrellas del cielo, deseaba fervientemente ser una de ellas, olvidando lo hermosa que era.
–Estrellita, nada tienes que envidiar a tus hermanas del cielo –le decía un pez-espada. Tu belleza es tan deslumbrante como la de ellas.
Aunque ella agradecía la frase, suspiraba y seguía recreándose en su tristeza y en la contemplación del cielo.
Un día, Estrellita soñó que era una estrella del Universo. Veía a sus hermanas lejos, muy lejos y, aunque intentaba hablar con ellas, sabía que la distancia se lo impedía. Por eso despedía un brillo tan intenso, ya que la luz era su única forma de comunicarse con sus hermanas.
Al despertar Estrellita, comprendió el sentido de su sueño. Nadie puede sentirse satisfecho, si envidia las cualidades de otros seres u objetos. Es mejor conformarse con lo que uno tiene, pues todos somos iguales a los ojos de Dios.
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